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¿Qué te domina, la tranquilidad (sistema nervioso parasimpático) o un estado de alerta mantenido (sistema nervioso simpático)?




Nuestro corazón late unas ciento quince mil veces al día, litros de sangre llegan a él y de él salen mediante su bombeo hacia todo nuestro organismo, aproximadamente cinco a seis litros por minuto, en condiciones de normalidad. Nuestros pulmones inspiran litros de aire, transportan el oxígeno a nuestra sangre y eliminan el CO2 de vuelta al exterior, a través de la espiración. Nuestro laboratorio, el hígado está a pleno rendimiento, metabolizando y sintetizando diferentes sustancias, así como llevando a cabo su función de detoxificación. Nuestros riñones depuran y también detoxifican nuestra sangre. Nuestros intestinos absorben todos los nutrientes necesarios, con la inestimable ayuda de nuestra microbiota que se encarga de múltiples funciones. Nuestro páncreas secreta hormonas y enzimas... En resumen, múltiples funciones que se llevan a cabo por todo nuestro organismo de manera inconsciente (menos mal) y cuya responsabilidad y control recae sobre nuestro sistema nervioso autónomo (SNA). Este sistema tiene dos maneras de funcionar:

 

-El sistema nervioso simpático (SNS) es nuestro sistema activador. Nos hace pasar de cero a cien en cuestión de segundos ante una amenaza o alerta. Está mediado entre otras hormonas, por el famoso cortisol.

 

-El sistema nervioso parasimpático (SNPS) es nuestro sistema de relajación, de calma. Es el que nos baja de cien a cero y nos permite llevar a cabo esa recuperación y vuelta a la calma después de una amenaza.

 

Un sistema nervioso autónomo regulado, no siempre significa calma y tranquilidad, significa poder transitar del SNS al SNPS en función de la necesidad y el contexto, de manera fluida y en el tiempo estrictamente necesario. Un ejemplo, imagínate que te estas quemando un dedo con una vela, ahí se activa tu sistema nervioso simpático para retirar de manera inmediata el dedo del fuego. Una vez superada la amenaza lo ideal es volver a instalarnos en el sistema nervioso parasimpático. Necesitamos tener un sistema nervioso simpático entrenado, que actúe cuando se le necesite, pero que nos permita volver pronto a nuestra calma, tranquilidad y reparación.

 

En un contexto de amenaza y alerta nuestro sistema nervioso simpático se activa para protegernos. Produce inflamación, tensa la musculatura, moviliza recursos energéticos (glucosa, triglicéridos..) para trasladarlos a la sangre permitiendo así que nuestros músculos dispongan de esa energía necesaria para luchar o huir. Paraliza o ralentiza otros sistemas que en ese momento de amenaza no son indispensables para la supervivencia, como el sistema digestivo y el reproductor entre otros. Pero en el momento actual, nuestro estilo de vida lleva a muchas personas a estar situadas la mayor parte del tiempo en el sistema nervioso simpático, lo que conlleva en muchas ocasiones el desarrollo de múltiples enfermedades. 

 

El SNS también nos ha protegido, y nos ha permitido estar donde estamos. Nos ha salvado de múltiples amenazas a lo largo de la evolución. El problema hoy en día radica en que nuestros estresores y amenazas habituales han cambiado, pero los ejes de estrés y respuesta a los mismos siguen siendo iguales. Esta divergencia es la que tenemos que intentar modular. Nuestro organismo sigue teniendo la misma respuesta, siendo igual ante un león real , que nos amenazaba en la sabana hace miles de años, al león imaginario que nos acecha hoy en día (estrés, problemas sociopolíticos, emocionales, económicos…) Nuestros ancestros resolvían esta amenaza con movimiento, es decir, luchar o huir. Pero nuestro sistema de respuesta se activa hoy en día, igual que hace cientos de años. Movilizando recursos para esa lucha, activando ejes de estrés como el Eje H-H-A hipotálamo, hipófisis y adrenal. Liberando cortisol, adrenalina e inhibiendo el sistema nervioso parasimpático. Afectando a nuestro corazón con el aumento del gasto cardíaco, la subida de la frecuencia cardíaca y de la tensión arterial. Liberando glucosa y triglicéridos, que sirvan como sustrato energético para nuestros músculos a la espera de ejecutar ese movimiento de lucha o huida. Pero la diferencia hoy es que nos paralizamos, nos bloqueamos, toda esa movilización de recursos y energía no se canaliza. Esto da lugar a una inflamación sistémica, esa liberación de glucosa y triglicéridos a la sangre de manera continua puede suponer además el depósito de estas sustancias en nuestras arterias, así como la alteración de la función normal intestinal, nuestro hígado se vuelve graso y se empieza a generar un daño en nuestras arterias… Se altera también nuestro sistema inmune y se debilita nuestra salud física y mental, si esa respuesta al estrés perdura en el tiempo.

Por eso es tan importante regular a la baja nuestro sistema nervioso simpático y activar nuestro sistema nervioso parasimpático.

 

¿Y cómo podemos hacer esto, te preguntarás? Vamos a intentar dilucidar esta cuestión, conociendo al famoso NERVIO VAGO.

 

Nuestro sistema nervioso parasimpático orquesta la respuesta de relajación y activa nuestros sistemas de reparación, una vez detectado que la amenaza ya ha pasado. ¿Y quién es el director de esta orquesta que gestiona al sistema nervioso parasimpático?, pues el denominado NERVIO VAGO que cuando se activa hace que volvamos a la tranquilidad respiratoria y cardíaca.

 

Es el nervio más largo del cuerpo: comienza su trayecto en el bulbo raquídeo, sale del cráneo, descendiendo a través del cuello, discurriendo por la caja torácica y cavidad abdominal e inervando los diferentes órganos durante todo su recorrido, para finalizar su trayectoria en el intestino donde establece una importante conexión con la microbiota. Por tanto, existe una relación directa y bidireccional en el eje (microbiota-intestino) con nuestro cerebro, a través del nervio vago. Hasta el punto, que ya se considera al intestino como el segundo cerebro, por la extensa red neuronal que lo recubre y que manda de manera continua señales neuroquímicas y hormonales a nuestro cerebro a través de esta autopista de comunicación, que es el nervio vago.  

 

Las señales de dominancia simpática o lo que es lo mismo de tono vagal bajo son: insomnio, aumento de la tensión muscular, problemas digestivos, ansiedad, depresión, cuadros inflamatorios e infecciosos, ganancia de grasa visceral, migrañas, desequilibrio hormonal...Procede por tanto detener esta dinámica,  regular al sistema nervioso autónomo y activar al nervio vago. Intentar conseguir un tono vagal elevado. Para ello deberemos conocer el funcionamiento del nervio vago y las distintas técnicas que nos permitan activarlo, teniendo más control de las situaciones de estrés, lo cual nos llevará a pasar más rápido a una fase de dominancia parasimpática, de tono vagal elevado y de recuperación de la calma. Hablaremos por tanto de ellas, en próximas entradas. 

 
 
 

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